viernes, 25 de septiembre de 2009

"Viaje de una larga Noche hacia el Mediodía" - CAP.IV - EL PRISIONERO de la calle ECHEVARRIARZA


La intervención fue exitosa, sin embargo debo volver en Julio del próximo año, para quitar las cataratas.
A pesar del infierno personal que estoy atravesando, hago lo posible por tratar de sobrellevarlo y hacer la estadía lo más parecido a unas vacaciones, divertidas y fáciles.
Pero no es así para Robert, y eso, evidentemente, me afecta y cansa.
Cuando viajo no dejo cabos sueltos, en ningún sentido, en ninguno.
Así, personas de su amistad o relación, traen problemas, desde los más tontos, a los más preocupantes por la lejanía.
Desde la rotura de un vidrio, a la resolución de la disolución de una relación.
Volvimos a Montevideo con planes para el futuro: iniciar una empresa, el próximo viaje, cuestiones de convivencia.
Ya sabía yo lo que sucedería al regreso, pero igual aposté, orando por equivocarme.
Lamentablemente acerté.
Robert permitió que personas manipuladoras impusieran distancia entre él y yo.
En Diciembre volvimos a vernos, y la cosa allí quedó.
En estos días mi amigo Sergio, aquel que se había comprometido a acompañarme en todas estas instancias, reapareció como que nada hubiese sucedido, y anunció su presencia ese Fin de año, en mi casa.
A estas alturas ya no lo soporto mas pero, habíamos sido tan patas, él fué quién me llevó a las consultas con sus profesionales amigos, que derivaron en la realidad de hoy en día, que bueno, que viniera y veríamos qué aún se podría salvar de nuestra amistad.
Pasa Navidad.
Pasa Fin de Año.
Llega Febrero, día 15, mi cumpleaños.
Es jueves, y por lo tanto está Nancy en casa.
Suena el intercomunicador.
Luis, el portero de la mañana, me informa:
- "Sr.Etchepare, habra la puerta que le mandé un regalo:
Abro...y parado en el palier, está Robert.
Volvió a Montevideo y está trabajando, otra vez, aquí.
El día sábado daré una reunión para mis amistades, todos quieren conocerlo, le invito a venir, pero sin compromiso.
Vino, y mis amigos quedaron encantados con él, hombres y mujeres por igual.
Al despedirse:
- "Chau, Ro, llamame alguna vez", le digo.
- "Trabajo sólo de noche, a partir del lunes nos vamos a ver más seguido".
Confié.
Llega Abril, y sin noticias de Robert.
Recibo un llamado del Dr.Adrián Antes, el oftalmólogo, preguntándome si podría enviarme un paciente suyo, un chico de veinte años, que también necesita viajar a New York.
Se comunica conmigo la madre.
Con sólo oír la voz de aquella mujer, sé que,más allá del problema físico, la raíz del corte de salud, es una tremenda somatización.
Hago lo que está a mi alcance por ayudar a Federico, ¡pobre Federico!.
Me surge la idea de poner una Fundación para ayudar a este tipo de personas que no tienen la menor idea de cómo moverse con los trámites en el exterior, ni con las agencias de viajes, ni con los aeropuertos, y menos, con las distintas condiciones y cualidades de las personas que, obligatoriamente, deberán tratar a lo largo de su odisea particular.
Pasan los meses sin noticias de Robert, ni siquiera respuestas a los mails que le envié por el día del Amigo, o en Junio por su cumpleaños.
No espero más.
Se acerca la fecha del segundo viaje, y no tengo acompañante posible.
Busco, rebusco, hago pactos hasta con el diablo...ni aún así.
Soy consciente de que exijo bastantes condiciones que, por otra parte, son más que lógicas en mi situación.
Dependo casi en un cien por ciento de la persona que me acompaña, en cuanto al manejo de la tarjeta bancaria, de la confianza de que no me deje en el aeropuerto y desaparezca, de que una vez en los Estados Unidos, no quiera regresar a Uruguay, y soy el responsable, ante el Estado Norteamericano, de que no viole las leyes de inmigración, que no fume, que no sea alcohólico, que no esté para la joda, etc.
Un día...Sebastián B..
En mis desesperados e infructuosos intentos de conocer un posible acompañante, llamé a residencias estudiantiles, y de allí surgió.
Congeniamos, si bien es demasiado joven.
Acuarianos los dos, Tigres los dos, Oxalá los dos, rayes parecidos, también.
¡Cómo me gustaría que fuese de mi familia!.
Educación de príncipe, prudente, genial.
Viene a mi casa dos veces por semana.
Me lee los libros que me habían quedado inconclusos y, por causalidad, son los mismos que él siempre ha querido leer.
Estudia para ingresar a la Licenciatura de Enfermería.
No sólo se ganó mi confianza, sino que entre los dos nace un afecto muy bueno.
Cuando le ofrezco viajar conmigo, responde que teme extrañar a su familia.
-"Son apenas veinte días", le digo.
No hay caso.
Un día tenemos un desacuerdo y, por más que él trata de remediar la situación, yo no sé manejar el barco, y este naufraga.
¿Y ahora qué?.
En la primavera del año pasado, 2006, Robert y yo caminábamos siete kilómetros por la Rambla, todas las tardes.
Con Sebastián, como es el gélido invierno de este 2007, no salimos casi nunca.
Siento la necesidad de hacer ejercicio, de estirar las piernas, siempre me gustó caminar por mi ciudad, el aire de mi ciudad, y yo solo no puedo ir, y encima de todo, también por el problema en los ojos, los oftalmólogos no me permiten volver al Spa.
Es Setiembre y no veo salida a esta situación.
Tengo mi primer ataque de pánico, que me toma totalmente de sorpresa.
Estoy en la salita de mi casa, cuando siento que se me entumece todo el cuerpo, y que pierdo contacto con el piso y con el mundo que me rodea.
Un solo pensamiento me asalta: ¿qué será de Blú si me pasa algo?.
Como puedo me incorporo del sillón, y una eternidad me llevó caminar unos pocos pasos hasta el intercomunicador para llamar a Luis, el portero.
Aún no he colgado el auricular, cuando Luis toca a mi puerta, y yo estoy en el décimo piso.
- "¡Sr.Etchepare!".
No me animo a soltar el marco de la puerta de la cocina, de donde estoy agarrado.
- "Ya voy, Luis, no puedo caminar, siento que me caigo".
Logro abrir la puerta del apartamento y franquearle el paso.
Entra, me ofrece el brazo, y nos sentamos en los sillones del living.
- "Tranquilo Sr.Etchepare, relájese, respire hondo...".
Luis me ha tomado un gran aprecio desde que llegué al edificio.
Trabaja aquí desde hace diecisiete años, desde la misma inauguración del predio.
Charlamos un rato y, luego de cerciorarse de que estoy más estable, se retira no sin antes asegurarme que siempre que lo necesite, él estará.
Sé de sus buenas intenciones, pero debe cumplir su horario de trabajo, a más de sus propios problemas personales, así que le agradezco, y sé que no lo molestaré otra vez.
Caigo en picada hacia un pozo de depresión.
Esa noche siento que comienza un nuevo ataque.
Hace dos días tuve el primero, así que estoy prevenido.
Cuando se me tensan los músculos de la nuca, y toda mi columna se pone en tensión, aplico los conocimientos que tengo sobre relajación y autocontrol, lo venzo, y quedo totalmente dormido y en paz.
Buscando respuestas a interrogantes que me han surgido, encaro una regresión.
Entiendo lo que pasa, y por qué pasa.
En una segunda regresión, veo mi futuro, es decir, nuevamente veo lo que la Vida espera de mí en el futuro, y temo no estar preparado para ello.
Mi mundo, antes tan ancho y tan mío, se ha reducido a las paredes de mi casa, y a la visita al supermercado, dos veces a la semana, del brazo de Nancy.
Mis amigos, presentes siempre en la reuniones que organizaba, ni telefonean para saber de mí.
Soy yo quien les llama e, invariablemente, vuelcan sobre mí todo el peso de sus complicaciones, angustias, insatisfacciones y, como siempre, les doy la palabra que sé necesitan escuchar.
No sé por qué, pero no les guardo rencor, está bien.
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Siempre entiendo todo, comprendo todo.
A cada persona y cada situación.
Si me hacen lugar, trato de brindar mi apoyo, mi opinión y mi fuerza...sin embargo, cuando soy yo el que necesita...no encuentro a nadie.
Nadie que entienda, nadie que comprenda, nadie que dé fuerzas cuando las mías flaquean.
Nadie hace nada por mí si no hay dinero de por medio...está bien...no puedo pretender que sean como yo soy.
Es cierto, la Sra.Nancy sí hace cosas por mí, y no exije ni espera nada a cambio.
No mis amigos, que si bien no esperan dinero, me veo obligado a poner mesas de té, o invitarlos a una confitería.
Las pocas veces que dedicaron tiempo a estar conmigo, no me ofreciéron salir a caminar, ni el ir a tomar un café a uno de los tantos bares que hay por aquí, sino que vinieron a mi casa que sí, para ellos es una salida, mientras que para mi representa la continuidad del encierro.
Y todavía, como dice mi tía Nelly, debo "agradecer como un chino: las dos manos juntas como rezando, haciendo reverencias, y caminando para atrás".
Está bien, es lo que me tocó y, como hablábamos hace poco con mi amigo Álvaro, a quien le suceden algunas cosas similares, uno no puede, no está en uno, ser de una forma diferente a como es, aunque los demás lo ameriten.
Es como que en la caída del titán, del selfmade man que, cuando toca tierra, debe ser él quien debe reincorporarse como pueda pues no hay ni una de todas aquellas manos que se tendieron solicitando ayuda, tendida para ayudarle.
El espíritu ve las sombras cirniéndose en el horizonte y, por una extraña razón, no lo alcanzan para bañarlo de oscuridad.
Pero desciende una escalera de caracol, rugosa, incómoda, fría.
Debe reinventar mundos para no ingresar en la depresión.
Debe creer en que siempre el sol está sobre la tormenta, y debe seguir manteniendo la fachada de "no problem", porque sabe que hay personas que necesitan de esa imagen para seguir creyendo en la vida y seguir luchando.
Duele.
Pienso en una imagen que me quedó grabada en la memoria.
Una mañana estaba asomado a una de las ventanas de mi apartamento en la calle Jackson, en el Parque Rodó.
Por la vereda de enfrente, bajo los árboles, viene caminando una señora de edad, con evidente fastidio, llevando a un perro también viejito, de la correa.
El animalito, a quién se le notaban los años, camina con dificultad y lentamente.
Cuando se detiene, o pretende detenerse a olisquear uno de los árboles, la mujer le da tirones de la correa y continua caminando, que nunca se había detenido.
El pobre animal miraba con aire de resignación el lugar del que era alejado, y así doblaron la esquina.
El egoísmo que nos imbuye es repugnante.
Las personas a medida que cumplimos años, y nos aparecen dificultades, reclamamos del otro atención y consideración.
En realidad lo hacemos siempre que tenemos alguna dificultad.
Más, cuando se trata de nosotros dar atención y consideración, así se trate de dársela a un ser con diferente ciclo biológico, somos impermeables a la necesidad explícita del otro.
Hago, y ruego a Dios me permita, lo posible por comportarme con Blushi de manera bien diferente.
Son pocas las horas del día para decirle cuánto la quiero, cuánto le agradezco haberme dedicado toda su vida, a no haber tenido nunca mal humor, a quererme tanto.
Aquella mujer horrible, fastidiada y enojada, que no se hacía cargo de la vejez de su mascota, y no consideraba la posibilidad de la más mínima comprensión, seguramente clamaría por la atención de los demás hacia sus propias cosas.
Así somos, ¿cómo puedo yo pretender de los otros, algo diferente para conmigo?.
Ni familia, ni amigos...pero debo seguir, no puedo no seguir.





miércoles, 23 de septiembre de 2009

"I.M.A.Ss." -


Desde que volví de mi primera operación oftalmológica en Estados Unidos, tengo la intención de ayudar a todos aquellos que, al igual que yo, necesiten viajar para solucionar su problema, sea este de la índole que sea.
A partir de mi propia experiencia comprobando que uno no cuenta más que consigo mismo y con la gente que pueda pagar por sus servicios, he decidído fundar la "IMASS", la International Medical Appointment Services, una Fundación sin fines de lucro que se encargue de solucionar los diferentes problemas que se presentan cuando uno debe viajar`por cuestiones de la propia salud.
Al pronunciar la sigla del nombre de la Fundación, en inglés, suena a: "Yo soy un Sí", y eso es lo que pretendo, y conseguiré, que sea.
Teniendo en cuenta mis contactos, el vínculo que establecí con ellos, y la experiencia obtenida, me veo con la capacidad, las ganas, y las fuerzas necesarias para allanar el camino a cualquier persona que así lo necesite.
Al día de hoy la idea es, y las bases y los colaboradores están a la orden, conseguirle al cliente de la Fundación, las citas médicas con el Profesional indicado por el Médico tratante en su lugar de origen, las reservas de pasajes, alojamiento, e incluso servicio de acompañantes, si lo requiere.
El proyecto además, incluye, más adelante, la posibilidad de solventar parte de los gastos que tales asuntos demanden, con dinero de la propia Fundación.
Ya vendrá el tiempo propicio para procurar Patrocinadores que crean, también, en la Causa en que me embarco.
Ya estoy realizando las consultas y los trámites necesarios para que la IMASS comience a trabajar lo antes posible.
Así será, ya lo verán, claro, si Dios lo permite...¡y sí que lo permitirá!.



domingo, 6 de septiembre de 2009

"Adán Titán"



".....Nunca mais
quero o teu beijo,
Mas meu ultimo desejo
você nao pôde negar:
se alguma pessoa amiga
pedir que você lhe diga
se você me quer, ou nao,
diga, que vopcê me adora,
que você lamenta e chora
a nossa separaçao.
E às pessoas que eu detesto,
diga sempre que eu nao presto
que o meu lar é o botiquim.
e que eu arruinei sua vida,
que nao mereço a comida
que você pagou p'ra mim".
Noel Rosa
(fragmento de "Ultimo desejo")

Miro y repaso mi ropa en el placard que compartimos.
Nada que me invite a tomarlo, nada que me tiente a conservarlo.
Cierro la puerta y me acerco a la ventana.
Afuera la tarde permite guiños a la próxima primavera que ya se avecina.
En mí, el más crudo de los inviernos.
- "¿Qué hacés?, ya llegué", dijo Adán, tirando su bolso de viaje sobre la cama.
Lo miro, se acerca, me abraza, y su perfume, el que usa porque sabe que me gusta como le sienta me envuelve, pero esta vez no me penetra...me sofoca.
- "¿Me extrañaste?".
No puedo responder, su boca se apodera de la mía, y su cuerpo me aprieta demasiado.
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Ya debería de haberme acostumbrado a la idea, y a los hechos.
Adán siempre hace lo que quiere, aunque parezca que lo consulta conmigo.
Hasta ahora ha tenido razón, ha estado en lo cierto.
No todos somos iguales, los riesgos que tomo son muy bien calculados, por eso mi vida empresarial fue de corto alcance, y la de Adán aún continúa.
Nos presentó un amigo en común, por una cuestión de negocios, algo referente al marketing y comercialización de parte de la producción de la empresa de Adán, que podría beneficiarnos a los tres.
La negociación no tuvo buen fin, pero este me buscó por otros asuntos de su particular interés...o al menos eso dijo.
Estábamos, Adán y yo, atravesando sendas crisis: familiar, una separación, él, personal, existencial, yo.
"Meu mundo caiu, e me fez ficar assim..." como canta Maysa.
Tal cual, de un minuto a otro, literalmente, mi mundo todo se había derrumbado.
No es fácil componer, recomponer, acomodar, reacomodar, inventar, reinventarse.
Sus varios telefonemas diarios, a cualquier hora del día, y extensos, extensísimos, me sacaban de mis pensamientos y mi rutina gris.
Los acepté de buen grado, y hasta me divertía el juego que proponían, ya que me sentía a salvo de cualquier otra situación para la que no tenía ninguna buena disposición, y además nos separaban doscientos cincuenta kilómetros de distancia.
Adán me paseaba por los vericuetos de su profesión, por los caminos de lidia con el personal, y se interesaba por mis cosas, por mi persona, por mis opiniones.
Un día, y sin saber cómo sucedió, el extraño era parte de mi vida, y según él, yo era parte de la suya.
Me encontró totalmente con las defensas bajas.
Tomó posiciones sin que yo siquiera lo notase, hasta que fue demasiado tarde como para reaccionar.
Me encontré esperando sus llamadas, como si fuera la mas terrible adicción a la mas temible y adictiva droga de diseño.
También él decía sentir como insoportable la soledad en que vivía.
Con el tiempo nuestras ideas parecieron tener, cada vez mas, convergencia.
La charla le dió paso al afecto, y me sorprendió cuando me reveló lo que estaba sucediendo en su interior en relación a mi.
Me invitó a vivir con él...y acepté.
Deberíamos esperar un tiempo para eso pues, mi situación aún no estaba resuelta.
Acordamos esperar, y la comunicación continuó, fluída y profunda.
Varias veces prometió visitas.
Nunca cumplió.
En alguna oportunidad por un impedimento mío, todas las demás por, según dijo, requerimientos de la fábrica.
Los argumentos parecían plausibles, así que no me importó, mas tomé debida nota; igual que sucedió con otras promesas en otros sentidos.
- "¡Es una locura, no lo conocés!", decían amigos, amigas, y familiares.
- "¿Vas a dejar tu casa, y vas a irte tan lejos?", cuestionaban unos y otros.
Sí, lo haría, por primera vez tomaría un riesgo no calculado, una locura totalmente improbable en otra época.
En esos días Adán sufrió una tremenda crisis financiera y el embargo de su empresa.
La traición de un antiguo socio, obró en tal desgraciado hecho.
Buscó mi apoyo emocional, y compartimos, a distancia, horas de reflexión y de distintos planes.
Comencé a despedirme de lo que consideré había sido una bonita y prometedora fantasía.
Sin embargo Adán, no siguiendo mis consejos, desoyendo otras opciones, decidió arriesgar en grande, y arriesgó.
Dos puntas tiene el camino, y dos riesgos tiene su decisión.
El primero es que la suerte, la buena, no le acompañe; el segundo, el más peligroso, que se exacerbase su titanismo.
La ternura e indefección que la inmensa seguridad en sí mismo escondía dentro del cuerpo de aquel hombre grande, llevaron a que lo admirase, y que luego sintiera que quería permanecer en su vida.
Y me mudé con él.
Cambié la ciudad por un pueblo del interior; mi departamento en un barrio caro, por una casa al lado de la fábrica, pero no me importó, la pasábamos bien.
Fui testigo del egoísmo, la dependencia, la debilidad, y de la mentira del titán.
Varias veces lo conversamos, y hasta pensé que habíamos llegado a acordar en la necesidad de vencerlo.
Sin embargo, algo me molestaba, algo no me dejaba creer en todo lo que Adán decía.
Cada pequeña falla en nuestra relación, tenía sobrada y comprobable coartada.
Llegué a creer que me estaba ganando la paranoia.
No tuve presente a Berthold Brecht, lo digo por aquello de: "...ya es tarde, hoy vienen por mí".
En este tiempo compartido, la vida fue casi una interminable fiesta para los dos.
Dividíamos el llevar la casa, la cocina, los gatos, y el té.
Debatíamos por horas cuestiones de su Empresa, cuestiones de la Vida, cualquier minuto nos encontraba afines al encuentro íntimo, sin vergüenzas, sin reparos, sin límites.
Hubo cambios en mi vida, sí, y también en la de Adán, quien aparentemente, viró ciento ochenta grados para permanecer a mi lado, y que yo permaneciera al suyo.
Claro que existían diferencias entre los dos.
Varias veces cada uno de nosotros se encerró en sí mismo, echó cerrojo, y apagó la luz.
Nada que una disculpa, aunque pedida entre dientes, ni que un tradicional five o'clock con scons, manteca y mermelada de naranjas amargas, no lograran hacer ovidar.
Hace unas semanas que veníamos viendo la necesidad de establecer algunos cambios en las funciones de algún integrante del personal.
Habitualmente Adán viaja acompañado por un secretario de planta, a colocar mercadería y visitar clientes.
No es necesaria su presencia en dichos viajes, e igual los hace.
Esta vez hubiese sido bueno que él pensara un poco en mí, en como me sentiría, y que dejase de lado su total y absoluto gusto y ganas.
- "Cherchez la femme!", dicen los franceses.
Sé quién soy, qué ofrezco, y qué doy, por eso los tradicionales celos no encuentran caldo de cultivo en mí.
Es el caso que una nueva operaria de la planta comenzó un juego obvio hacia Adán.
Un juego del que Adán y yo reíamos al comentarlo, pero que a todas luces, para mí, podría tener consecuencias negativas para el negocio y la relación entre los compañeros de trabajo.
Conversamos sobre estas cuestiones, hice saber mi opinión y mi disgusto con la situación, y no tocamos más el tema.
La chica, a todas luces demasiado osada, continuó haciendo la suya, sin que nadie se lo impidiese.
La semana pasada Adán decidió el cambio de acompañante en el próximo viaje.
Él no gusta de dirigir en carretera y necesita, como acompañante, alguien que sí lo haga, y con idoneidad.
Era cantado que la elección caería en la operaria de marras.
Me pareció algo totalmente arriesgado, insostenible, no por lo que pudiera pasar entre ellos, sino por las consecuencias posibles que conllevaría viajar con una menor, de un comportamiento tan arrivista, tan osada, las murmuraciones de la gente del lugar, y las responsabilidades que un acto tan irresponsable podría generar en nuestra vida.
No era la única alternativa.
Adán prometió pensarlo y ver qué otra solución tomaría.
Confié en él.
Hoy a la mañana, en el desayuno, muy sonriente me informó:
- "Salimos dentro de un rato.No tengas cuidado, tengo todo controlado, se hará como yo lo tenía planeado".
Quedé sin palabras.
No se hizo cargo ni le importó lo que yo pensara o sintiera.
Nada era más importante que él y su titanismo.
Él lo podía todo, controlaba todo, hacía y deshacía...o al menos eso él creía.
Ya no era algo divertido, me dolía.
Vio mi cara de estupor, y escuchó mi silencio.
No le importó.
Ya conozco la rutina: luego vendrían las disculpas, las miradas compungidas, los "tenías razón", ¡y qué me importa a mí tener razón!.
¿De que me sirve tener razón una vez más?.
Mil veces hubiese preferido que hiciera lugar a lo que siento, a cómo me siento, y a hacerme sentir mejor.
¿De qué sirve el amor sin consideración?.
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Esa presión de su cuerpo, hasta ayer mismo, me hacía bien, me sentía fundir con él, lo sentía protector, contenedor, confiable...
Intentando encontrar en mí, la respuesta de siempre, su lengua, ávida, recorre cada milímetro de mi boca, y no la halla.
Manteniendo el fuerte abrazo, aparta su cara de la mía, me mira a los ojos, y pregunta:
- "¿Pasa algo?".
Sostengo su mirada y respondo:
- "Terminó",mi voz suena triste y firme a la vez, "Me voy".
Adán se separa y se deja caer en el borde de la cama.
Se le nota como vencido, pero ya no me importa.
Tomo un abrigo cualquiera, la llave de mi auto, dejo el llavero con las de la casa, y entro al baño a quitar mis cosas.
Miro la mesada con detenimiento.
Testigo de tantos encuentros amorosos, risas y maloshumores.
Estiro la mano hacia el enorme botiquín... y refreno el impulso para abrirlo.
No, no quiero llevarme nada.
Ni el cepillo de dientes, ni siquiera la máquina de afeitar.



Publicado el martes 15 de Setiembre de 2009
Corregido por R.Méndez