La intervención fue exitosa, sin embargo debo volver en Julio del próximo año, para quitar las cataratas.
A pesar del infierno personal que estoy atravesando, hago lo posible por tratar de sobrellevarlo y hacer la estadía lo más parecido a unas vacaciones, divertidas y fáciles.
Pero no es así para Robert, y eso, evidentemente, me afecta y cansa.
Cuando viajo no dejo cabos sueltos, en ningún sentido, en ninguno.
Así, personas de su amistad o relación, traen problemas, desde los más tontos, a los más preocupantes por la lejanía.
Desde la rotura de un vidrio, a la resolución de la disolución de una relación.
Volvimos a Montevideo con planes para el futuro: iniciar una empresa, el próximo viaje, cuestiones de convivencia.
Ya sabía yo lo que sucedería al regreso, pero igual aposté, orando por equivocarme.
Lamentablemente acerté.
Robert permitió que personas manipuladoras impusieran distancia entre él y yo.
En Diciembre volvimos a vernos, y la cosa allí quedó.
En estos días mi amigo Sergio, aquel que se había comprometido a acompañarme en todas estas instancias, reapareció como que nada hubiese sucedido, y anunció su presencia ese Fin de año, en mi casa.
A estas alturas ya no lo soporto mas pero, habíamos sido tan patas, él fué quién me llevó a las consultas con sus profesionales amigos, que derivaron en la realidad de hoy en día, que bueno, que viniera y veríamos qué aún se podría salvar de nuestra amistad.
Pasa Navidad.
Pasa Fin de Año.
Llega Febrero, día 15, mi cumpleaños.
Es jueves, y por lo tanto está Nancy en casa.
Suena el intercomunicador.
Luis, el portero de la mañana, me informa:
- "Sr.Etchepare, habra la puerta que le mandé un regalo:
Abro...y parado en el palier, está Robert.
Volvió a Montevideo y está trabajando, otra vez, aquí.
El día sábado daré una reunión para mis amistades, todos quieren conocerlo, le invito a venir, pero sin compromiso.
Vino, y mis amigos quedaron encantados con él, hombres y mujeres por igual.
Al despedirse:
- "Chau, Ro, llamame alguna vez", le digo.
- "Trabajo sólo de noche, a partir del lunes nos vamos a ver más seguido".
Confié.
Llega Abril, y sin noticias de Robert.
Recibo un llamado del Dr.Adrián Antes, el oftalmólogo, preguntándome si podría enviarme un paciente suyo, un chico de veinte años, que también necesita viajar a New York.
Se comunica conmigo la madre.
Con sólo oír la voz de aquella mujer, sé que,más allá del problema físico, la raíz del corte de salud, es una tremenda somatización.
Hago lo que está a mi alcance por ayudar a Federico, ¡pobre Federico!.
Me surge la idea de poner una Fundación para ayudar a este tipo de personas que no tienen la menor idea de cómo moverse con los trámites en el exterior, ni con las agencias de viajes, ni con los aeropuertos, y menos, con las distintas condiciones y cualidades de las personas que, obligatoriamente, deberán tratar a lo largo de su odisea particular.
Pasan los meses sin noticias de Robert, ni siquiera respuestas a los mails que le envié por el día del Amigo, o en Junio por su cumpleaños.
No espero más.
Se acerca la fecha del segundo viaje, y no tengo acompañante posible.
Busco, rebusco, hago pactos hasta con el diablo...ni aún así.
Soy consciente de que exijo bastantes condiciones que, por otra parte, son más que lógicas en mi situación.
Dependo casi en un cien por ciento de la persona que me acompaña, en cuanto al manejo de la tarjeta bancaria, de la confianza de que no me deje en el aeropuerto y desaparezca, de que una vez en los Estados Unidos, no quiera regresar a Uruguay, y soy el responsable, ante el Estado Norteamericano, de que no viole las leyes de inmigración, que no fume, que no sea alcohólico, que no esté para la joda, etc.
Un día...Sebastián B..
En mis desesperados e infructuosos intentos de conocer un posible acompañante, llamé a residencias estudiantiles, y de allí surgió.
Congeniamos, si bien es demasiado joven.
Acuarianos los dos, Tigres los dos, Oxalá los dos, rayes parecidos, también.
¡Cómo me gustaría que fuese de mi familia!.
Educación de príncipe, prudente, genial.
Viene a mi casa dos veces por semana.
Me lee los libros que me habían quedado inconclusos y, por causalidad, son los mismos que él siempre ha querido leer.
Estudia para ingresar a la Licenciatura de Enfermería.
No sólo se ganó mi confianza, sino que entre los dos nace un afecto muy bueno.
Cuando le ofrezco viajar conmigo, responde que teme extrañar a su familia.
-"Son apenas veinte días", le digo.
No hay caso.
Un día tenemos un desacuerdo y, por más que él trata de remediar la situación, yo no sé manejar el barco, y este naufraga.
¿Y ahora qué?.
En la primavera del año pasado, 2006, Robert y yo caminábamos siete kilómetros por la Rambla, todas las tardes.
Con Sebastián, como es el gélido invierno de este 2007, no salimos casi nunca.
Siento la necesidad de hacer ejercicio, de estirar las piernas, siempre me gustó caminar por mi ciudad, el aire de mi ciudad, y yo solo no puedo ir, y encima de todo, también por el problema en los ojos, los oftalmólogos no me permiten volver al Spa.
Es Setiembre y no veo salida a esta situación.
Tengo mi primer ataque de pánico, que me toma totalmente de sorpresa.
Estoy en la salita de mi casa, cuando siento que se me entumece todo el cuerpo, y que pierdo contacto con el piso y con el mundo que me rodea.
Un solo pensamiento me asalta: ¿qué será de Blú si me pasa algo?.
Como puedo me incorporo del sillón, y una eternidad me llevó caminar unos pocos pasos hasta el intercomunicador para llamar a Luis, el portero.
Aún no he colgado el auricular, cuando Luis toca a mi puerta, y yo estoy en el décimo piso.
- "¡Sr.Etchepare!".
No me animo a soltar el marco de la puerta de la cocina, de donde estoy agarrado.
- "Ya voy, Luis, no puedo caminar, siento que me caigo".
Logro abrir la puerta del apartamento y franquearle el paso.
Entra, me ofrece el brazo, y nos sentamos en los sillones del living.
- "Tranquilo Sr.Etchepare, relájese, respire hondo...".
Luis me ha tomado un gran aprecio desde que llegué al edificio.
Trabaja aquí desde hace diecisiete años, desde la misma inauguración del predio.
Charlamos un rato y, luego de cerciorarse de que estoy más estable, se retira no sin antes asegurarme que siempre que lo necesite, él estará.
Sé de sus buenas intenciones, pero debe cumplir su horario de trabajo, a más de sus propios problemas personales, así que le agradezco, y sé que no lo molestaré otra vez.
Caigo en picada hacia un pozo de depresión.
Esa noche siento que comienza un nuevo ataque.
Hace dos días tuve el primero, así que estoy prevenido.
Cuando se me tensan los músculos de la nuca, y toda mi columna se pone en tensión, aplico los conocimientos que tengo sobre relajación y autocontrol, lo venzo, y quedo totalmente dormido y en paz.
Buscando respuestas a interrogantes que me han surgido, encaro una regresión.
Entiendo lo que pasa, y por qué pasa.
En una segunda regresión, veo mi futuro, es decir, nuevamente veo lo que la Vida espera de mí en el futuro, y temo no estar preparado para ello.
Mi mundo, antes tan ancho y tan mío, se ha reducido a las paredes de mi casa, y a la visita al supermercado, dos veces a la semana, del brazo de Nancy.
Mis amigos, presentes siempre en la reuniones que organizaba, ni telefonean para saber de mí.
Soy yo quien les llama e, invariablemente, vuelcan sobre mí todo el peso de sus complicaciones, angustias, insatisfacciones y, como siempre, les doy la palabra que sé necesitan escuchar.
No sé por qué, pero no les guardo rencor, está bien.
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Siempre entiendo todo, comprendo todo.
A cada persona y cada situación.
Si me hacen lugar, trato de brindar mi apoyo, mi opinión y mi fuerza...sin embargo, cuando soy yo el que necesita...no encuentro a nadie.
Nadie que entienda, nadie que comprenda, nadie que dé fuerzas cuando las mías flaquean.
Nadie hace nada por mí si no hay dinero de por medio...está bien...no puedo pretender que sean como yo soy.
Es cierto, la Sra.Nancy sí hace cosas por mí, y no exije ni espera nada a cambio.
No mis amigos, que si bien no esperan dinero, me veo obligado a poner mesas de té, o invitarlos a una confitería.
Las pocas veces que dedicaron tiempo a estar conmigo, no me ofreciéron salir a caminar, ni el ir a tomar un café a uno de los tantos bares que hay por aquí, sino que vinieron a mi casa que sí, para ellos es una salida, mientras que para mi representa la continuidad del encierro.
Y todavía, como dice mi tía Nelly, debo "agradecer como un chino: las dos manos juntas como rezando, haciendo reverencias, y caminando para atrás".
Está bien, es lo que me tocó y, como hablábamos hace poco con mi amigo Álvaro, a quien le suceden algunas cosas similares, uno no puede, no está en uno, ser de una forma diferente a como es, aunque los demás lo ameriten.
Es como que en la caída del titán, del selfmade man que, cuando toca tierra, debe ser él quien debe reincorporarse como pueda pues no hay ni una de todas aquellas manos que se tendieron solicitando ayuda, tendida para ayudarle.
El espíritu ve las sombras cirniéndose en el horizonte y, por una extraña razón, no lo alcanzan para bañarlo de oscuridad.
Pero desciende una escalera de caracol, rugosa, incómoda, fría.
Debe reinventar mundos para no ingresar en la depresión.
Debe creer en que siempre el sol está sobre la tormenta, y debe seguir manteniendo la fachada de "no problem", porque sabe que hay personas que necesitan de esa imagen para seguir creyendo en la vida y seguir luchando.
Duele.
Pienso en una imagen que me quedó grabada en la memoria.
Una mañana estaba asomado a una de las ventanas de mi apartamento en la calle Jackson, en el Parque Rodó.
Por la vereda de enfrente, bajo los árboles, viene caminando una señora de edad, con evidente fastidio, llevando a un perro también viejito, de la correa.
El animalito, a quién se le notaban los años, camina con dificultad y lentamente.
Cuando se detiene, o pretende detenerse a olisquear uno de los árboles, la mujer le da tirones de la correa y continua caminando, que nunca se había detenido.
El pobre animal miraba con aire de resignación el lugar del que era alejado, y así doblaron la esquina.
El egoísmo que nos imbuye es repugnante.
Las personas a medida que cumplimos años, y nos aparecen dificultades, reclamamos del otro atención y consideración.
En realidad lo hacemos siempre que tenemos alguna dificultad.
Más, cuando se trata de nosotros dar atención y consideración, así se trate de dársela a un ser con diferente ciclo biológico, somos impermeables a la necesidad explícita del otro.
Hago, y ruego a Dios me permita, lo posible por comportarme con Blushi de manera bien diferente.
Son pocas las horas del día para decirle cuánto la quiero, cuánto le agradezco haberme dedicado toda su vida, a no haber tenido nunca mal humor, a quererme tanto.
Aquella mujer horrible, fastidiada y enojada, que no se hacía cargo de la vejez de su mascota, y no consideraba la posibilidad de la más mínima comprensión, seguramente clamaría por la atención de los demás hacia sus propias cosas.
Así somos, ¿cómo puedo yo pretender de los otros, algo diferente para conmigo?.
Ni familia, ni amigos...pero debo seguir, no puedo no seguir.
